Por Augusto Pfeifer*
¿Por qué fue necesario para Jacques Lacan retomar los textos de Sigmund Freud, el inventor del psicoanálisis? Muerto éste en 1939, afloraron nuevas teorías psicoanalíticas que degradaban al genuino legado freudiano. Un texto clave para orientarnos dentro de lo que este psicoanalista llama “su retorno a Freud” es La dirección de la cura y los principios de su poder de J. Lacan, del año 1958. Allí podemos discriminar dos variantes: una, sostenida en quienes creían superar la propuesta de Freud y otra, a partir de la aparición de Lacan, denunciando los desvíos que esta supuesta superación imponía al psicoanálisis. Y es esclareciendo esta tensión política que podremos asentar una posición ética frente a los malestares de la época actual. Habrá -al decir de Lacan- que preguntarse: ¿quién habla?
Lacan propone “poner al analista en el banquillo”: el modo en el que nos impliquemos en una teoría, definirá nuestro lugar como analistas en la práctica y en la cultura. En consecuencia, si reconocemos desvíos en estos autores, debemos simultáneamente dar lugar, con argumentos, a la -¿nueva?- orientación lacaniana: recuperación del texto freudiano.
Por un lado, los llamados “postfreudianos” proponían un psicoanálisis como vía para alcanzar la felicidad. Ésta era entendida como la meta anhelada, bajo criterios de adaptación a la realidad y maduración de la personalidad. Según ellos, como efecto de un análisis encontraremos seguridad y autonomía: los individuos tendrán los recursos para volver a la normalidad siendo “reeducados emocionalmente”.
Lacan, en cambio, denuncia esta vía americana del “ensueño burgués”. Su apuesta será la de recuperar el poder de la palabra del paciente; no bajo el modelo de la sugestión (una persona -el analista- alumbraría activamente el camino de la felicidad a otra, el paciente pasivo) sino situando al analista en una posición tercera: desde aquí le devolverá la palabra al paciente, dando lugar a que se revele algo de la verdad que esconde el síntoma. Esta estrategia es la que asegurará que un análisis no se transforme en el ejercicio de un poder, por parte del responsable de la cura.
Se abren entonces dos vías para abordar el sufrimiento: la de ofrecer un camino hacia el “confort individual” (ese sueño norteamericano...) o la de dar cuenta del poder que la palabra en sí misma porta, ofreciendo un espacio de escucha desligado de ideales morales. Bajo esta última dirección no buscaremos la adaptación del paciente a las exigencias de su vida cotidiana, sino que se denunciará el exceso de adaptación a los lugares ya fijados por ella.
* Augusto Pfeifer
Miembro de APSaT
www.apsat.com.ar
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