Por Silvina Morelli (*)
Amalgamar el concepto “madre” al de “mujer” no solo es reduccionista sino que además, es peligroso.
El contacto con los medios masivos y las redes sociales nos muestra cotidianamente, que las cuestiones de lo femenino constituyen la discusión y debate a diario. En este sentido, si “Ser mujer” continúa siendo una cuestión privilegiada en la agenda pública, deberíamos preguntarnos si esta evidencia sugiere que estamos lejos de ser asumidas como iguales.
Arrancamos el año con álgidas discusiones sobre la cuestión de la maternidad y continuamos con diversas y variadas rencillas mediáticas respecto de si somos iguales en la diferencia o si feminismo sí o el feminismo no.
Me quedó dando vueltas la cuestión de adosar el concepto “madre” al de “mujer” -algo muy común en el estatuto del patriarcado- desde una mirada “sexista” del género. En este sentido, recuerdo haber leído la nota en la que cierto actor manifestó estar feliz cuando una mujer se hace madre porque -según sus dichos- ahí es donde verdaderamente se realiza. Como era de esperarse, sus afirmaciones conllevaron a sendos intercambios en los que más de un “Adán” se expresó como si supiera de qué se trata. Claro que ser madre es maravilloso. Por supuesto que es maravilloso no serlo. Porque lo que define la subjetividad femenina no es la capacidad, la posibilidad o la decisión de ser madre.
Hablar de “Ser mujeres” implica pensarnos como sujetos sociales circulando múltiples espacios y actuando diversos roles, de manera que amalgamar el concepto “madre” al de “mujer” no solo es reduccionista sino que además, es peligroso.
Echemos un poco de luz al respecto: Los sujetos sociales construimos nuestra subjetividad en el intercambio que nos permite reconocernos -a nosotros en los otros y a los otros en nosotros- en forma especular, de manera que no podemos pensarnos como sujetos fuera de la sociedad. En este marco, el género no es otra cosa que una construcción social. Parafraseando a Simone De Beauvoir estoy convencida de que una no nace mujer sino que llega a serlo -y cabría lo mismo para los varones-. Porque el “Ser mujer” es aquello que nos jugamos día a día, que compromete tanto el plano consciente como el inconsciente y donde el género no es algo dado de antemano por el “¡macho -o chancleta- dijo la partera o la ecografía!”, sino que por el contrario, es un constructo cultural.
Si “lo masculino” o “lo femenino” son construcciones sociales de un momento histórico determinado que interpelan la subjetividad y que producen y reproducen sentido en un imaginario social donde conviven prejuicios, miradas, estereotipos y luchas de sentido, cada uno de nosotros lo vivirá como algo propio y por ello, subjetivo. Por su parte, en lo social entraremos en tensión o convivencia con otras subjetividades atravesadas por lo propio, por lo de los otros y por lo adquirido (patrones, normas y estereotipos).
En la discusión mediática que se dio alrededor del binomio “mujer-madre” pudimos vislumbrar un porcentaje enorme de mujeres que necesitan romper con ese ideal estereotipado y que son vistas por un porcentaje enorme de mujeres y hombres como transgresoras de lo que la sociedad espera de ellas. ¿Por qué? Porque no podemos situar únicamente en la mirada de los varones hacia las mujeres, sino en la reproducción de ese “habitus” entre las mujeres mismas por sus representaciones, emanadas de las relaciones de poder.
En el sistema patriarcal, la maternidad es concebida como algo natural y se la asocia a la mujer sin tener en cuenta -aunque se escandalicen los “dinosaurios”- que para ser madre no es condición sine qua non ser mujer-.
(*) Licenciada en Ciencias de la Comunicación (UBA), orientada en Políticas y Planificación -Escritora - Consultora de Comunicación Política e Institucional - Adjunta a cargo de la materia “Elementos del Desarrollo Local” en la UNDAV - Capacitadora
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